While civilizational rhetoric in the West reflects a sense of threat, globally it is recognition-seeking. Common to all civilizationalisms, however, is a blurring of the distinction between authoritarianism and democracy.
La protesta es una de las herramientas más importantes de la democracia. Salir a la calle puede cambiar leyes, derrocar a un presidente y transformar el destino de una nación. Pero siempre tiene un precio.
A veces los gobiernos quieren hacer cosplay de los periodos más oscuros de la historia, como en Polonia en 2016, cuando la administración conservadora declaró una cruzada interna contra los abortos e incluso investigó los abortos espontáneos en 2020.
Esta medida movilizó a multitudes gigantescas y la gente salió a la calle en masa, armada con pancartas y perchas para mostrar su enfado. La principal herramienta del público en cualquier sistema político para encontrar un antídoto contra la estupidez del gobierno es protestar. Así es, salir a la calle puede cambiar leyes, hacer caer presidentes y transformar el destino de una nación.
Pero en realidad no siempre es tan glorioso como suena. Sí, a veces puede ser una agradable sopa caliente sobre un cuadro de Van Gogh, pero a menudo puede resultar bastante peligroso y poner en peligro la vida. No solo entre los millones de personas que protestaron contra un gobierno represivo en la plaza Tahrir de El Cairo (Egipto) en 2011, donde “los violentos enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad y los manifestantes se saldaron con al menos 846 muertos y más de 6.000 heridos”. No sólo en el Euromaidán protesta en la capital ucraniana, Kiev, en 2014, exigiendo que Ucrania dejara de responder a la presión política rusa y se alineara en su lugar con la Unión Europea -que se saldó con 108 víctimas civiles y 18 policías muertos, después de que el gobierno ordenara a las autoridades atacar a su propio pueblo.
La violencia contra los manifestantes forma parte del juego no sólo en la autoritaria Bielorrusia, no sólo en las democracias en lucha de Georgia o Moldavia, sino también en Francia, cuando uno intenta protestar contra la nueva reforma de las pensiones, y la policía antidisturbios francesa te agarra.
Los franceses tienen una larga historia con las protestas estudiantiles que se remontan a 1229. Cuando los estudiantes se amotinaron tras ser expulsados de una taberna el Martes de Carnaval, provocando destrozos y violencia.
Los motines, revueltas y movimientos populares siempre han estado presentes en la historia europea, pero es en el mil ochocientos cuando empiezan a tomar las formas que hoy reconocemos, al aparecer los sindicatos. Introdujeron la negociación colectiva con los empresarios y empezaron a influir en las decisiones gubernamentales en el ámbito laboral. Sus movimientos de masas son la razón de que los sábados no se trabaje y de que se implantara la semana laboral de 40 horas. Fue un proceso especialmente duro, ya que se partía de más de 100 horas semanales. Pero no fue un logro fácil. Los cambios legales que se extendieron por Europa Occidental en 1870 hicieron más fuerte el movimiento de sindicalización, y se desarrollaron modos de protesta más activos. El movimiento feminista también cobró impulso en aquella época, desarrollando todo un nuevo arte de protestas masivas.
Hoy en día, los países democráticos tienen leyes que rigen y regulan las formas aceptables de protesta, y la libertad de opinión, la libertad de asociación y la libertad de expresión son derechos básicos. Sin embargo, existen grandes diferencias en la forma en que se hacen realidad o se limitan en el continente.
Invitados:
Emma Reynolds es una activista por la justicia climática que lleva años trabajando con CliMates Austria y Fridays For Future, organizando campañas con organizaciones internacionales para la protección del clima y la biodiversidad.
Yana Sliemzina es periodista y escritora y trabaja desde Kharkiv, Ucrania. Es redactora de la versión internacional de Gwara Media, un medio regional que informa sobre la guerra ruso-ucraniana y los procesos sociales, culturales y políticos de la provincia de Járkiv.
Martin Bright es el único invitado que hemos tenido hasta ahora que tiene una película de Hollywood rodada sobre él llamada secretos oficiales, ¡échale un vistazo! Hatrabajado como periodista durante más de 30 años, fue editor de asuntos de interior del Observer y editor político del New Statesman y actualmente trabaja para Index Censorship.
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Por qué Polonia vive grandes protestas
La revolución egipcia: Vi lo inimaginable
Los mártires de Maidan: una década después de la sangrienta revolución de Kiev
Gritos por el cambio: Breve historia de las protestas estudiantiles en Europa
Réka Kinga Papp presentadora
Daniela Univazo redactora-editora
Merve Akyel directora de arte, Eurozine
Szilvia Pintér productora
Priyanka Hutschenreiter gestora de proyectos
Julia Sobota subtítulos y traducciones
Zsófia Gabriella Papp productora digital
Judit Csikós finanzas
Réka Kinga Papp redactora jefe
Csilla Nagyné Kardos administración de la oficina
Reedy Media de Cracovia
Gergely Áron Pápai director de fotografía
Nóra Ruszkai editor de vídeo
István Nagy editor de vídeo principal
Milán Golovics editor de diálogos
Víctor María Lima animación
Tema musical de la cripta del insomnio
Published 26 December 2024
Original in English
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France risks becoming ungovernable. While Macron’s autocratic style is much to blame for the current impasse, the fundamental problem lies in the development of the parties and party elites.