Bolonia, o la capitalización de la educación

A finales de 2009 los estudiantes alemanes salieron una vez más a la calle y ocuparon las universidades en protesta por la situación de la enseñanza. En el centro de la protesta estaban los grandes cambios organizativos en la educación superior asociados al Proceso de Bolonia. Y es lógico que fuera así. En modo alguno cabía hablar de “errores técnicos” como responsables de las dificultades en la “aplicación” de la reforma universitaria, como pretendía la ministra alemana de Educación, Annette Schavan. Por el contrario, este argumento desplaza la responsabilidad de la crisis actual del plano político a la universidad, evitando la discusión de los problemas subyacentes, que son de gran calado.

En Alemania el Proceso de Bolonia supone una revolución cultural. Consuma una transformación de fondo, en curso desde hace ya mucho tiempo, en la manera como se efectúa la mediación entre la enseñanza y el empleo. Finalmente ha superado las resistencias a esta transformación, aunque no – y por buenas razones – entre los estudiantes.

El “Proceso de Bolonia para la Creación del Espacio Europeo de Enseñanza Superior” se supone que ha de abrir los sistemas nacionales de educación al proceso de integración europea. Ahora bien, la reestructuración que impulsa no se limitará a la homogeneización formal de los títulos. Bolonia comporta una creciente estratificación y jerarquización de las instituciones de enseñanza nacionales. La integración transnacional de los sistemas educativos nacionales viene acompañada por la desintegración nacional. Esto, en esencia, es lo que hace tan controvertido el proceso.

La batalla por el prestigio, o cómo los mercados median entre la enseñanza y el empleo

Bajo las nuevas condiciones la educación ya no tiende a ser considerada y configurada como un bien social colectivo (por las asociaciones académicas y profesionales), sino que es tratada como un bien individual y una mercancía en el mercado global de la enseñanza. En el nuevo capitalismo académico todo gira en torno a los réditos generados por la inversión en capital humano. La batalla por el prestigio académico se hace más intensa y encarece enormemente el coste de la educación. Los únicos que pueden lograr el éxito en un sistema así son aquellos que, gracias a unos progenitores adinerados, recibieron una educación de primera ya en preescolar, primaria y secundaria. Basta observar lo que pasa en el Reino Unido o en Estados Unidos para darse cuenta.

El mercado libre sustituye a las estructuras profesionales como mediador entre educación y empleo. He aquí la raíz de inseguridades profundas.

En Alemania existe una gran tradición de vinculación estrecha entre la educación (la titulación académica) y el empleo (la posición profesional). En la base de este sistema se situaban las identidades profesionales fijas conformadas por las Fachgesellschaften (sociedades científicas de disciplinas específicas, como las de físicos o químicos) y las Berufsverbände (asociaciones profesionales, por ejemplo de médicos, abogados, arquitectos, ingenieros o profesores), reconocidas por el Estado para este cometido. Estas identidades profesionales vinculaban estrictamente el currículo y las calificaciones (exámenes de estado, diplomas) con las especificaciones de los puestos de trabajo en la vida profesional.

Los nuevos títulos de grado no pueden hacer esto. Sólo aportan competencias básicas, lanzando a los graduados a un mercado de trabajo que está muchísimo menos preparado para absorberlos, debido precisamente a la falta de perfiles profesionales claros. La consecuencia es que quien ha alcanzado una graduación con el nuevo sistema necesita más que nunca completarla con ingredientes adicionales ligados a la autopresentación y el automarketing y también con la llamada educación permanente.1

Dado que la importancia del perfil profesional de cada cual de cara al empleador decae, hay que invertir más en el perfil personal de uno: periodos de estancia en el extranjero, competencias sociales, seguridad en uno mismo, elocuencia, y desde luego el prestigio del título académico de que se disponga. Como el valor derivado del prestigio asociado a una titulación dada es cada vez más importante que su valor puramente objetivo, en el futuro lo relevante será no tanto qué título académico tenga uno sino en qué universidad lo haya conseguido.

Se entabla así una batalla por el prestigio que conduce a un encarecimiento progresivo del coste de los títulos académicos. Esta situación es especialmente pronunciada en Estados Unidos, donde se ha disparado el precio de las matrículas: allí los estudios de Bachelor of Arts (título de grado de 4 años) pueden llegar a costar entre 40.000 y 180.000 dólares sólo en tasas de matrícula. Como en la Champions League del fútbol, las universidades con más prestigio y mayores niveles de éxito que compiten en el mercado educativo son aquellas que están respaldadas por un mayor volumen de capital. Estas universidades punteras establecen alianzas a nivel europeo y a través de su poderío académico se alejan del resto de universidades del montón. La distancia entre unas y otras no hace sino aumentar.

Un cambio acelerado a expensas de los estudiantes

Este cambio de tanta envergadura en las universidades comporta problemas sumamente delicados en el periodo de transición. Los defensores del viejo mundo profesional y de su monopolio del conocimiento – los profesores universitarios, las sociedades científicas y las asociaciones profesionales – han incluido todo lo que han podido de los viejos planes de estudio en los nuevos. Como resultado, los nuevos estudios de grado están sobrecargados y muchos estudiantes desbordados. Las tasas de abandono, la consecuencia directa, son incluso más altas que antes.

Hay un intento de controlarlo todo que lleva a que los estudiantes estén sujetos a una maquinaria de exámenes que si bien premia las estrategias de supervivencia, fracasa a la hora de forjar mentes creativas capaces de pensar por cuenta propia. Además, el número de profesores – mejor dicho, la ratio entre profesores y alumnos – sigue estando muy lejos de lo que sería idóneo para una tutoría efectiva. Esta es una de las principales razones de la protesta estudiantil.

Actualmente desempeñan un papel crucial las agencias de acreditación y no cabe duda de que ganarán aún más relevancia en el futuro. Las agencias, por medio de las comisiones de evaluación, dan su “sello de calidad” a los proyectos docentes o planes de estudio que conducen a la obtención de títulos de grado y también de títulos de máster. La intención a medio plazo es asegurar la idoneidad de los contenidos docentes, por una parte, y que se ajusten a la demanda del mercado, por otra.

Sin embargo, al limitarse tan sólo a la idoneidad de los cursos, el resultado es que los títulos de grado se van a convertir, en el mejor de los casos, en una calificación general que permitirá a quien disponga de ellos trabajar en una posición media con un ingreso medio. Quien quiera ir más allá deberá hacerse con un título de máster. Lo que quiere decir que la pugna por las plazas en los cursos de máster, todavía demasiado escasas, se acentuará mucho de aquí en adelante. A largo plazo probablemente sólo un 20 por cien de los graduados conseguirán una plaza en un máster. Así sucede hoy por hoy en países como Estados Unidos, por ejemplo.2

Así están siendo ahora dolorosamente “corregidos” los “errores” cometidos en la expansión de las universidades en la década de 1970. En lugar de ampliar las escuelas técnicas superiores hasta englobar al 70 por cien de los estudiantes, cosa que habría sido más realista y adecuado en términos prácticos, se ha dado preferencia a la expansión de las universidades para acoger esa misma proporción. Se completa este diseño con los ocho años de enseñanza secundaria, pero el resultado de esos estudios no es comparable ni por asomo con lo que era el antiguo título de bachillerato (Abitur). Con eso está dicho todo. Los títulos de grado funcionan, en estas condiciones, como la calificación necesaria para ejercer ocupaciones de tipo medio a nivel masivo y sólo el percentil más alto continuará los estudios académicos en el nivel de máster o de doctorado.

Los estudios universitarios así definidos son básicamente una combinación de los últimos cursos de los antiguos institutos y lo que acostumbraba a ser el primer curso de facultad. El hecho de que acapare la mayor parte de la carga docente del profesorado universitario implica una significativa pérdida de status por parte de los profesores en general, mientras que aquellos que se las arreglan para concentrar su actividad en los cursos de doctorado ganan status. La tendencia a la baja de los sueldos públicos del profesorado, que sin embargo también pueden ser flexibles hacia arriba por la vía de los complementos de productividad, se ajusta ya hoy a esta realidad.

La educación como mercancía y el nuevo poder del mercado

Actualmente la cuestión crucial es qué tipo de ordenación van a aportar las agencias de acreditación al nuevo mercado de estudios universitarios, teniendo en cuenta el final del monopolio sobre el conocimiento y las profesiones que antaño detentaran las asociaciones profesionales y las sociedades científicas. A menudo se considera que las agencias de acreditación vienen a sustituir el control por parte del gobierno – configurado básicamente en términos jurídicos – sobre los estudios universitarios, dando así a las universidades y a las disciplinas académicas un mayor grado de autonomía. Pero la verdad es muy otra.

En realidad, hasta ahora las asociaciones (profesionales y científicas) han encabezado el control gubernamental en su condición de garantes del sistema público de exámenes en nombre del Ministerio de Educación. El control por parte del gobierno daba a los estudios universitarios protección frente a las demandas extraacadémicas procedentes del sector privado, comercial. La base de este sistema se encuentra en el modelo de organización que definió Alexander von Humboldt para la Universidad de Berlín en 1810 (modelo que se extendería a todas las universidades alemanas). La protección gubernamental de la Academia frente a las demandas comerciales de la economía o de la administración ha perdurado durante casi 200 años. El desplazamiento del control a las agencias de acreditación constituye un paso trascendental hacia la supresión de esa protección. Sin el escudo protector que proporciona el gobierno, las universidades se verán expuestas por primera vez a las demandas puramente económicas que pululan en el mercado de la educación.

Todo dependerá de si las asociaciones académicas son capaces de imponer sus intereses a las agencias de acreditación como lo fueron en relación al gobierno. En primera instancia parece que así podría ser: la acreditación de los estudios universitarios (cursos, etc.) adopta la forma de la revisión por pares (peer review) y las asociaciones tienen representantes en las comisiones de evaluación. Sin embargo, la conexión de las asociaciones con las comisiones de evaluación es mucho más laxa que la que tenían con las comisiones que diseñaban el sistema de exámenes, que normalmente estaban integradas por miembros de las propias asociaciones. Las comisiones de evaluación, mucho más numerosas, son nombradas autónomamente por las propias agencias de acreditación, por lo que no existe ninguna lealtad directa hacia las asociaciones científicas y profesionales. Más importante aún es el hecho de que a la hora de evaluar se centran en la idoneidad de los planes de estudio para ser para cursados con agilidad y también en su adecuación a la demanda. Este eje de atención indica claramente que se ha acabado la prioridad anterior, que era la calidad científica y académica.

La lógica de la acreditación es la doble optimización de las ofertas: para satisfacer la demanda primaria de los estudiantes y para satisfacer la demanda secundaria de los empleadores. El peso se ha desplazado ahora muy considerablemente al lado de la demanda. De esta suerte, los cursos universitarios y los títulos académicos pierden su carácter de bienes colectivos considerados benéficos para la sociedad en su conjunto y asumen el carácter de bienes individuales cuyo valor está determinado exclusivamente por consideraciones instrumentales (relacionadas con la oferta y la demanda primarias y secundarias) con los que se comercia en el mercado. La educación se convierte así en mercancía sujeta a transacción, por lo que su calidad solo puede ser determinada en términos de los rendimientos que proporcione a proveedores y demandantes. La consiguiente comercialización de la enseñanza genera todo tipo de nuevas propuestas, algunas de las cuales responden a lo que prometen. Otras, sin embargo, no.3

Para sobrevivir en el mercado los cursos universitarios deberán ser objeto de un marketing estratégico, incluyendo la oferta de funcionar como servicios equivalentes a los de una agencia de empleo. La consecuencia es que la promoción publicitaria y las estrategias de relaciones públicas adquieren tal relieve que dejan en la penumbra el contenido real de los cursos. Cursos con un contenido bastante similar difieren luego enormemente en punto a los mecanismos de promoción, lo que repercute desde luego en lo que se paga. Para situarse en un lugar ventajoso en el inevitable ranking de éxito en la colocación de los que han pasado por los cursos, hay que crear un nuevo departamento que controle el proceso.4 En el sistema de la vigilancia total, nada pasa desapercibido. Y eso también tiene su coste.

Marketing en lugar de conocimientos

Es bastante difícil establecer diferencias genuinas en cuanto a contenidos entre cursos universitarios. Hoy en día el conocimiento, que se ha convertido en un bien colectivo en el mundo virtual, es más o menos igualmente accesible en todas partes: un profesor normal y corriente que se preocupe por sus estudiantes puede comunicar bastante más conocimiento que un ajetreado premio Nobel. Esto significa que una universidad orientada al beneficio y concebida como negocio deberá invertir mucho para tener las mejores ratios profesores/alumnos y en el marketing y la presentación externa de su oferta docente y en servicios, para poder pedir tasas de matrícula más elevadas. Esto solo será posible a través de una descomunal inversión en infraestructura, bien sea en equipamiento, en bibliotecas o en el profesorado. Es así como un segmento muy selectivo de estudios universitarios extremadamente caros se distingue y se aleja de los productos masivos de precios medios y también, naturalmente, de los productos más mediocres y de bajo precio. En Estados Unidos se da una correlación de este tipo. Están los títulos de las ricas universidades privadas en el segmento superior, los de las universidades de los estados en el segmento medio y los de los Community Colleges en el nivel más bajo. Una vez que la educación se ha convertido en mercancía sujeta a transacción en el mercado, el nivel del producto lo determina en primera instancia el valor asociado al prestigio del título académico, que a su vez determina el dinero que se puede pedir por dicho producto. La educación, así, pasa de ser un bien colectivo provisto por el Estado a convertirse en un bien cuyo valor ha de estimarse en función de la confianza que inspire, y en última instancia en un objeto de prestigio cuyo valor está determinado por su nivel de exclusividad.

La exclusividad de un título académico, por su parte, depende de lo selectivos que sean los criterios de admisión a los cursos. Cuanto mayor sea el número de aspirantes en relación al número de admitidos, más selectivo serán un curso o unos estudios determinados y más prestigiosos se considerarán. Las universidades que funcionan como un negocio en el mercado de la educación han de hacer todo lo posible por atraer aspirantes. Cuanto más mejor. En este juego la educación se convierte en un recurso esencial de la acumulación de capital en la competición entre universidades-empresa. La educación se convierte en capital humano en el que se invierte en la medida en que reporta beneficio.5

Educación como subasta

Como una importante industria en expansión, la educación atrae cada vez más inversiones. Ahora bien, en ausencia de procedimiento alguno para establecer de manera fehaciente el valor real de un producto educativo, es el valor asociado al prestigio del título académico lo que determina las inversiones y el beneficio en este mercado en crecimiento. Se entabla así una auténtica carrera entre quienes compiten por el sello de la exclusividad. Pero esta exclusividad sólo puede conseguirse a través del lujo académico, en otras palabras, en base a carísimas instalaciones y laboratorios, bibliotecas bien provistas, las mejores ratios docentes/alumnos, la contratación de profesores distinguidos (que hayan obtenido premios de renombre), así como lujosas instalaciones de ocio como piscinas climatizadas y salas de conciertos, y por supuesto un campus impresionante. Una simple comparación entre campus revela la enorme distancia entre el lujo de los establecimientos académicos de Estados Unidos, algunos con patrimonios que llegaban a los 36.000 millones de dólares antes de la crisis financiera, y las universidades alemanas, que inevitablemente recuerdan la arquitectura prefabricada del socialismo. Los dineros de la famosa “Iniciativa de Excelencia ” alemana no podrán hacer absolutamente nada para alterar esta realidad.

Es obvio que el capitalismo académico genera nuevos monopolios. Sustituyen al monopolio de las sociedades científicas sobre el saber y al monopolio de las asociaciones profesionales sobre las profesiones. Los monopolistas de hoy son la elite de los proveedores de títulos académicos muy caros y prestigiosos del segmento más alto. Estos títulos garantizan el acceso a puestos de primera en la economía, la política y la administración. En una palabra, la lucha por el prestigio que comporta el nuevo capitalismo académico sólo puede ganarse con dinero. Esto vale tanto para los grandes inversores (el Estado, la economía) como para los pequeños inversores (los estudiantes): todos buscan la “excelencia ” que es, en realidad, el “prestigio”.

El nuevo mercado de la educación resulta de esta manera tan cerrado como lo habían sido hasta ahora en Alemania los monopolios de las sociedades científicas y las asociaciones profesionales. Ahora bien, mientras que el monopolio de estas últimas en el sistema universitario federal-pluralista de la República Federal estaba integrado a nivel nacional y funcionaba con una financiación relativamente igualitaria y sin tasas de matrícula, con los monopolios del capitalismo académico la cosa se presenta muy diferente. Su alcance es ahora global. Las universidades de elite han de distinguirse por la opulencia de la masa de las universidades del nivel medio y exigir ya por motivos de prestigio tasas de matrícula enormemente elevadas. Además se ven obligadas a aumentar constantemente su dotación de capital a través de la captación de fondos, la participación de inversores externos y la explotación de patentes.66

En la batalla global por el prestigio académico, han de invertirse sumas cada vez mayores de capital en las universidades más prestigiosas del primer nivel, pero no por razones objetivas sino simbólicas. Como la masa de las universidades de nivel medio se orientan según el modelo de las universidades de elite, no tienen otra opción sino aumentar más y más sus inversiones para no retroceder. Se genera así una subasta permanente a la que hay que subvenir con un endeudamiento galopante. El coste de una plaza en la Universidad de Harvard – en una estimación conservadora – es unas diez veces el de una plaza en la Ludwig Maximilian de Munich. Y los graduados no salen peor preparados. Pero Harvard, como líder de esta competición o subasta internacional fuerza al rearme permanente de los otros, lo que lleva a inversiones cada vez mayores para títulos académicos cuyo valor objetivo es idéntico.

Universidades “fuertes”, estado débil

Naturalmente el capital correspondiente puede movilizarse más fácilmente en un país con baja presión fiscal que en países con una mayor presión fiscal, en los que el Estado asume una cuota superior de responsabilidad en el funcionamiento de la sociedad y no deja tanto margen para el libre juego de las fuerza en presencia.7 Y sin embargo en Europa surgen algunos pioneros que muestran a otras universidades lo que pueden hacer para ingresar en el club exclusivo de las universidades de “primer nivel mundial”. En los países de lengua alemana se considera a la Universidad Técnica Confederal (ETH) de Zurich una precursora. En el marco de la disolución de las identidades disciplinares se sustituyó el título clásico de “Dr. Ing.” por el más genérico de “Dr. sc. ETH”. Lo que es un testimonio inconfundible de la voluntad de no compartir con las otras universidades suizas una titulación de ingeniero como bien colectivo, sino de vender un producto de marca propio. Las inversiones que eso requiere se reflejan de manera diáfana en la estadística de personal. Sólo en lo relativo a profesorado, la ratio es de 1 a 39. Si se contempla el conjunto del personal científico, aunque no todos sean docentes, la ratio es de 1 a 2,5.8 A escala europea estos datos son excelentes. En una universidad de elite americana comparable como el Massachussets Institute of Technology (MIT), sin embargo, las ratios son claramente mejores. Las ratios correspondientes son de 1 a 10 y de 1 a 1.9 En la Universidad Técnica de Munich tenemos ratios muy inferiores a la ETH y no digamos al MIT. Son de 1 a 64 y de 1 a 6.10 En la competición internacional la pauta la marcan las universidades de elite americanas. Eso significa que las universidades europeas – si quieren mantener su nivel – deberían invertir mucho más en la mejora de las ratios.

A la vista del estado de las finanzas públicas en Alemania solo se podrá ganar algún terreno a través de la paulatina incorporación del personal de los institutos de investigación extrauniversitarios a la docencia universitaria. Cuanto más se empeñen las universidades en esta competición, más denodadamente intentarán aumentar su dotación de capital a través de financiación externa por parte de empresas y del aumento de las tasas de matrícula. Eso, por supuesto, encarece los estudios en las universidades de primer nivel, como bien se observa en Estados Unidos.

¿Es sostenible el capitalismo académico?

La mercantilización de la educación es una de las causas del enorme déficit público de Estados Unidos y la exorbitante deuda externa del país. La mayor parte de los americanos no se endeudan para pagarse los viajes de vacaciones, de los que pueden prescindir, sino para financiar el enorme coste de los estudios de sus hijos. Cuando el pinchazo de la burbuja inmobiliaria y la consiguiente crisis financiera y económica ha lanzado universalmente la duda sobre la sostenibilidad de este tipo de capitalismo basado en la subasta permanente, hay muchos motivos para plantearse la sostenibilidad de un sistema educativo que se ha lanzado de pleno a la lucha competitiva propia del capitalismo académico. Y nada digamos de su imitación a nivel casi caricaturesco en ausencia de recursos financieros suficientes. Sin duda, si Alemania emprendiera realmente este camino, la “República de la Educación” que postula la canciller federal no pasaría de ser de vía estrecha.

Véase Martin Baethge y Volker Baethge-Kinski, "Jenseits von Beruf und Beruflichkeit? Neue Formen von Arbeitsorganisation und Beschäftigung und ihre Bedeutung für eine zentrale Kategorie gesellschaftlicher Integration", Mitteilungen des Instituts für Arbeitsmarkt- und Berufsforschung, 3/1998, págs. 461-472; Martin Baethge, Beruf -- Ende oder Transformation eines erfolgreichen Ausbildungskonzepts, en Thomas Kurtz, ed., Aspekte des Berufs in der Moderne, Opladen, 2001, págs. 39-68.

Gero Lenhardt, Hochschulen in Deutschland und in den USA. Deutsche Hochschulpolitik in der Isolation, Wiesbaden, 2005.

Derek Bok, Universities in the Market Place: The Commercialization of Higher Education, Princeton, 2003 [Trad. cast.: Universidades a la venta, Valencia, PUV, 2010]; Frank Donoghue, The Last Professors. The Corporate University and the Fate of the Humanities, Nueva York, 2008.

Michael Sauder y Wendy N. Espeland, "The Discipline of Rankings: Tight Coupling and Organizational Change", American Sociological Review, 2/2009, págs. 63-82.

Wendy Espeland y Michael Sauder, "Rankings and Reactivity. How Public Measures Recreate Social Worlds", American Journal of Sociology, 1/2007, págs. 1-40.

Sheila Slaughter y Gary Rhoades, Academic Capitalism and the New Economy. Markets, State and Higher Education, Baltimore y Londres, 2004; Jennifer Washburn, University Inc.: The Corporate Corruption of American Higher Education, Nueva York, 2005.

Richard Münch, Globale Eliten, lokale Autoritäten. Bildung und Wissenschaft unter dem Regime von PISA, McKinsey & Co., Frankfurt a M., 2009.

Eidgenössische Technische Hochschule Zürich, 2008 at a glance, Zurich, 2009.

Massachusetts Institute of Technology, MIT Facts, http://web.mit.edu.

Technische Universität München, TUM in Salen, http://portal.mytum.de.

Published 28 January 2011
Original in German
Translated by Gustau Muñoz
First published by Pasajes 33 2010 (Spanish version); Kulturos barai 9/2010 (Lithuanian version); Blätter für deutsche und internationale Politik 1/2010 (German version)

© Richard Münch / Pasajes 33 / Eurozine

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