No tenemos tiempo para el miedo

Canan Coşkun, periodista en el diario Cumhuriyet, se enfrenta a dos juicios por su trabajo periodístico. Nos habla de su actitud frente a los peligros de la vida como reportera en Turquía.

This article is part of Eurozine partner journal Index on Censorship’s ‘Journalists’ Toolbox’ series, providing advice and knowledge from Index correspondents, in multiple languages, about their work:

Andrei Aliaksandrau describes how Belarusians have been dealing with ‘fake news’ for years.
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A Chechen journalist speaks out about the challenges of covering gay rights in Chechnya.
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Award-winning filmmaker Marco Salustro describes how he has reported on migrants held in Libya.
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Mexico-based journalist Duncan Tucker writes about reporting in an atmosphere of violence.
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Luis Carlos Díaz reports from Caracas on how the Venezuelan media have responded to shortages of newsprint.
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Technology is helping investigative journalists across Africa, finds Raymond Joseph.
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Turkish journalist Canan Coşkun talks about her attitude to the dangers of life as a reporter in Turkey.
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Hace un tiempo que, cada dos o tres semanas, veo a algún colega salir del juzgado camino de prisión, o consigo robar unos momentos con algún compañero de trabajo detenido, al que echo mucho de menos, bajo la atenta mirada de las autoridades. Pero no le tenemos miedo a esta oscuridad como de calabozo: los periodistas solo hacemos nuestro trabajo.

Soy reportera judicial para Cumhuriyet desde 2013, así que paso la mayor parte de mi vida laboral en los juzgados. Todos tenemos momentos imposibles de olvidar en nuestras vidas como profesionales. Para mí, uno de esos momentos fue el 5 de noviembre de 2016, el día que arrestaron a 10 de nuestros redactores y coordinadores. Estaba esperando a la decisión del tribunal justo al otro lado de la barrera en el juzgado y, en el instante en que escuché el veredicto, me recorrió una ráfaga de orgullo por nuestros 10 redactores y coordinadores, seguida de la ira y de una profunda depresión por el destino de mis amigos.

The Green/EFA Group campaigning for journalist Can Dundar’s release after he was imprisoned for reporting about weapon transports out of Turkey. Credit: Rebecca Harms/Flickr.

Sentí orgullo porque la decisión del tribunal mencionó el hecho de que habían sido arrestados por su trabajo periodístico. Al enumerar ejemplos de nuestros reportajes como una de las razones del arresto, el juez cogió la insistencia del gobierno en que «no habían sido arrestados por periodistas» y la arrojó por la borda. Sentí ira y tristeza porque estaban enviando a nuestros amigos a una cautividad indefinida. La policía ni siquiera nos permitió despedirnos de nuestros colegas, que estaban apenas a 30 o 40 metros de distancia, al otro lado de una barrera. Pero, pese a la multitud de emociones que sentí, el miedo no estaba entre ellas. Cuando los ataques al periodismo se dan a tal escala, el miedo se convierte en un lujo.

Tras el arresto de nuestros diez compañeros, empezaron a llegar muchos periodistas de toda Europa a la redacción de nuestro periódico. Nuestros colegas extranjeros querían saber lo que había pasado y cómo nos sentíamos, y todos tenían la misma pregunta: «¿Tenéis miedo?». Desde noviembre, los arrestos a periodistas han sido continuos y regulares. Pero, como aquel día, mi respuesta a sus preguntas es, simple y llanamente: «¡No!».

No tenemos miedo porque estamos haciendo nuestro trabajo, y nuestro trabajo es lo único que nos preocupa. No tenemos miedo porque nosotros también nos sentimos como si hubiéramos pasado estos largos meses en la prisión de Silivri con nuestros compañeros. No tenemos miedo porque ya apenas hay diferencia entre estar dentro o fuera de prisión. No tenemos miedo porque nuestros colegas presos mantienen la cabeza bien alta. No tenemos miedo porque Fethullah Gülen, el clérigo exiliado acusado por el gobierno de estar tras el fallido intento de golpe del año pasado, no fue nuestro «cómplice» jamás. No tenemos miedo porque el Cumhuriyet que los gobiernos de todas las épocas han intentado silenciar solo informaba, informa e informará.

Ahmet Şık, un reportero de mi periódico, lleva en prisión provisional desde diciembre de 2016. Anteriormente, en 2011, junto al ex Jefe de Estado General İlker Başbuğ y multitud de soldados, policías, periodistas y académicos, Şık pasó más de un año en prisión por el caso «Ergenekon». Los acusaron de estar tratando de derrocar al gobierno.

Şık está actualmente bajo custodia acusado de conspirar con el movimiento de Gülen. Pero debido a las características del sistema judicial turco, el caso por el que arrestaron a Şık en 2011 sigue pendiente, lo cual nos dio la oportunidad de verlo en el juzgado el 15 de febrero. Esperé fuera de la sala, junto a las puertas. Cuando las abrieron, lo único que vi fue una cara sonriendo de esperanza: era la primera vez en meses que podía ver a sus amigos. Aunque Şık es un periodista con mucha más experiencia que yo, su mesa estaba cerca de la mía en la redacción, y lo echaba de menos.

Durante aquella sesión, resumió la lucha que existe a día de hoy por continuar la labor periodística en un estado de excepción de este modo: «La historia de los que creen tener el poder y lo utilizan para perseguir a los periodistas es tan antigua como la del mismo periodismo».

El diciembre pasado, seis periodistas, incluidos algunos de mis amigos, fueron retenidos durante 24 días a causa de una investigación sobre el hackeo de los emails del ministro Berat Albayrak. (Albayrak es el yerno del Presidente Recep Tayyip Erdogan.) Más adelante, el juez ordenó prisión preventiva para tres de estos periodistas. Durante este tiempo uno de ellos, Mahir Kannat, fue padre, pero no pudo ver a su hijo. A su compañero apresado, Tunca Öğreten, no le permitieron enviar ni recibir cartas, ni ver a nadie salvo a su familia inmediata. Tuvo que pedirle matrimonio a su novia a través de sus abogados.

Hace poco escuché a uno de estos periodistas relatar un recuerdo de su tiempo en el juzgado. Al notar que su fe en la justicia se tambaleaba, en un intento por salir libres, recurrieron a supersticiones durante las vistas. Metin Yoksu, un periodista liberado, dijo que tres de ellos se habían sentado cerca de la salida y habían reemplazado los cordones de sus zapatos —los cuales les habían quitado— por cordones hechos de trozos de botellas de agua. ¿El resultado? Los que se habían sentado cerca de la puerta de salida fueron los que salieron libres.

La confianza en el sistema judicial turco se ha desmoronado hasta tal punto que ahora nos amparamos en la superstición. Qué deprimente.

 

This article is part of the Spring 2017 issue of Index on Censorship magazine. You can read about all of the other content in the magazine here.

Published 24 July 2018
Original in English
Translated by Arrate Hidalgo
First published by Index on Censorship (Spring 2017)

© Canan Coşkun / Index on Censorship / Eurozine

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