Penúltima sub-versión de la realidad

Al cierre de esta edición (21 de enero de 2003, víspera de la impresión del presente número) Venezuela lleva ya 52 días paralizada o, según, movilizada por una huelga general. Este acontecimiento sin parangón no ha merecido mucha atención de la opinión pública ni tampoco ha despertado demasiada simpatía. El autor de este artículo investiga las razones.

Existen tres interpretaciones dominantes sobre lo que está ocurriendo en Venezuela. Según la versión oficial, se trata de una sub-versión – en la pronunciación característica del presidente Hugo Chávez -, al servicio de todo Mal imaginable de tamaño mediano y grande: el gran capital, los grandes grupos mediáticos, las grandes potencias.

La oposición sostiene que la suya es una protesta cívica que busca – en una situación en que el Gobierno ha perdido la legitimidad – “una salida constitucional, democrática, pacífica y electoral”, según su manifiesto “A los intelectuales del mundo”, que puede usted consultar en nuestra página web. Mantienen una huelga general desde el 2 de diciembre y, avalados por más de dos millones de firmas, convocan para el 2 de febrero un referéndum sobre la continuidad de su presidente.

Finalmente, existe la versión ecuánime, multiplicada por la mayoría de los medios de comunicación extranjeros y, por consiguiente, aceptada por la opinión pública internacional con capacidad de situar Venezuela en el mapa y con el desparpajo de opinar sobre cualquier cosa de la que no tiene idea. Según esta interpretación, se trata de un conflicto entre la mayoría explotada que apoya a un presidente sin duda algo estrafalario y autoritario (pero, bueno, ¿qué quieren, estamos hablando de Venezuela, y no de la Confederación Helvética, no es cierto?), y la oligarquía, el poder petrolero, la clase media, media alta, altomedia, altísima, o sea, los gorditos, los ricos…

Las tres versiones resultan problemáticas. La oficial, porque desafía los mínimos de los postulados cartesianos; un inveterado golpista acusa de sub-versivos a los que se manifiestan contra él; un militar iluminado -que en una de sus dos intentonas, ambas sangrientas, llegó a bombardear Caracas- como presidente democrático arma unidades paramilitares; un caudillo populista que, para evitar malentendidos, llama fascistas a sus opositores…

¿Dónde está la plata?

A pesar de su noble afán, la versión ecuánime peca de ignorante, y tal vez de algo más. Si no es defendible la acción política del teniente coronel, tampoco hay nada que salvar en su gestión económica, legislativa o social. El muy objetivo principio de una de cal y otra de arena ya se aplicaba a todas las infamias universales: la industrialización de Rusia por Stalin; los milagros de Hitler con el paro; el sistema sanitario de Castro; el crecimiento económico bajo Pinochet… Lo que ocurre es que todos esos siniestros logros tenían una dosis de verdad. Pero la revolución bolivariana, la única que gracias al petróleo hubiera podido permitir espectaculares mejoras, nada tiene en su haber.

El caso de Chávez confirma la tesis marxiana de que la historia se repite en forma de farsa. Los líderes bolcheviques fueron insuperables estrategas, y varios de ellos (Lenin, Trotsky, Bujárin…), intelectuales superdotados. Los líderes de la revolución cubana fueron, al menos, hermosos y tenían pico de oro: seductores pop stars de la justicia social. Los de la Unidad Popular de Chile, idealistas y valientes. Pero Chávez es un simple ignorante astuto e histriónico, mezcla de milico populista y telepredicador mesiánico.

Los ecuánimes informadores del proceso venezolano (no es broma: ése es su nombre oficial) deberían explicar ¿de dónde salen tantos millones de nuevos ricos en permanente protesta?, y, por otra parte, ¿de dónde salen tantos nuevos pobres que se ven por ahí? Desde que Chávez está en el poder ha subido el precio del petróleo: ¿qué pasó con la plata? Y, finalmente, ¿de dónde sacan que los pobres apoyan a un presidente que no ha resuelto su pobreza?
Con todo, lo más difícil resulta defender la causa de la oposición. Por algo, a casi nadie le agrada en el extranjero. Ni a los medios, ni a la opinión pública ni a las conciencias vivas de Occidente. Para empezar, ni siquiera existe una causa: una revolución, aunque sea bolivariana; una utopía aunque fuese la misma que tantas veces ha demostrado su ineficacia y peligrosidad; no hay promesas justicieras, falta el folclore, la explotación debida de la palabra pueblo o nación.

En cambio, hay varias circunstancias sospechosas: además de obreros, sindicatos, intelectuales y profesionales, también la patronal y parte del ejército está contra Chávez, junto con los medios de comunicación venezolanos no gubernamentales. No importa que el presidente ganase las elecciones con la ayuda de algunos poderes mediáticos y financieros. Su oposición sería mucho mejor valorada en el mundo si en lugar de reclamar nuevas elecciones y una democracia efectiva, presentara un proyecto contra los bancos, los industriales y la globalización.

Que la causa de la oposición venezolana no es políticamente correcta, quedó claro también por la respuesta que tuvimos al difundir sus llamamientos por internet. Hoy en día la causa más obscura o el chiste más oligofrénico tiene una considerable repercusión en la red. La construcción supuestamente criminal de un trasvase, la supuesta muerte de una niña que bebió Coca-Cola de una lata con restos de meado de ratón, y el supuesto engendro poético de García Márquez mueven masas y crean auténticos movimientos electrónicos. El mensaje de los intelectuales venezolanos, no. Apenas hemos recibido unas docenas de adhesiones e insultos.

Tampoco han mostrado excesivo interés los medios de comunicación, que según se dice por ahí, deberían estar al servicio de aquéllos a los que ningunean. La prolongada huelga general en un país importante para la economía mundial y española, apenas ha aparecido en las portadas de los diarios. Su lugar habitual es un espacio menor en la página 6 u 8.

No pretendo decir que la obstinada lucha de la oposición venezolana coseche sólo desidia e indiferencia. No es así. Provoca también una activa hostilidad. Dos momias uruguayas de la utopía marxista-leninista, Mario Benedetti y Eduardo Galeano, encabezaron un manifiesto en defensa de Chávez. No falta tampoco Le Monde Diplomatique, la poderosa publicación de las facilonas causas justas. Podría añadir, pero les ahorro la diversión, las acusaciones que recibí a título personal por haber difundido la voz de mis colegas venezolanos. Confórmense con que están Vds. leyendo el panfleto de un esbirro de la CNN y las fuerzas más reaccionarias de Venezuela…

Lo que mayor repudio les merece es el evidente carácter antidemocrático de la huelga general. Ahí tienen la prueba suprema: la misma chusma antirrevolucionaria ya intentó un golpe en abril. Para calmar ese enternecedor celo democrático de una izquierda de raíces y talante totalitarios, invito a los acusadores a conocer los hechos más allá de las noticias. El narrador Israel Centeno hizo un buen resumen de aquellos acontecimientos. Pueden leerlo en nuestra web.

Todos esos reparos, desprecios e ignorancias me recuerdan cierta actitud occidental ante Europa del Este. Durante la época del socialismo real nos dieron lecciones de lo bien que vivíamos. En la década poscomunista, les disgustaba eso de construir sociedades pluralistas y economías del mercado. Y ciertamente, esas nuevas democracias son frágiles, corruptas, materialistas. Una buena razón para sentir nostalgia por las viejas dictaduras. Las utopías no decepcionan, siempre ofrecen una prórroga. Pero, como decía un Marx muy hegeliano, “sólo el mundo comprendido es, como tal, un mundo real”. Para los que, desde fuera, apoyan a Chávez y sus semejantes, el mundo real no es para comprender, sino para subvertir. Su voluntarismo fantasioso y autocomplaciente los lleva a una interpretación simbólica y simplificada del mundo, a una variante inferior, a una sub-versión de la realidad. La manera segura para eternizarse en el sub-desarrollo.

Published 6 March 2003
Original in Spanish

Contributed by Lateral © Lateral Eurozine

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